Enferma necedad
Trato de vivir mi vida como puedo. Cuando el dolor cesa me
gusta disfrutar del tango en su mejor versión, el arte en sus mejores retratos
y el vino en sus mejores cosechas. Cuando el dolor del pecho no hace tiritar mi
sistema nervioso, trato de disfrutar las bellezas que nos otorga este fabuloso mundo.
Quizás sea una privilegiada en el arte de disfrutar ya que es lo único que
puedo hacer. Lastimosamente debido a la enfermedad terminal que tiene mis días contados.
Este cáncer de pulmón que trato de llevar de la mejor manera posible, si se lo
puede llamar bueno al conocimiento cuando vas a morir.
Hace seis meses atrás aproximadamente, conocí a un hombre de
tez morena, alto con un muy buen físico y muy apuesto. Su nombre era Philip. Al
principio era solo un conocido, está claro decir que mi enfermedad me ha
marginado un poco de la sociedad. Al pasar el tiempo fuimos conociéndonos y fue
la única persona que me hizo sentir una persona común y corriente, como
cualquier otra. Luego de una serie de interrogaciones de mi parte y sin desmantelar
mi triste verdad comenzamos a salir.
Fueron los mejores tres meses que cualquier romance pudo
haberme regalado. Solíamos escuchar tangos juntos, pintar y admirar obras de Picasso,
Rafael, Poussin entre otros. Y descubrí en mí, un peculiar gusto por el vino
blanco que tenía oculto. Sin dudas, él era el hombre que tanto hubiese querido tener por el resto
de mi vida.
Lastimosamente era muy perfecto para ser verdad. El romance
llego a su fin de la peor manera. Una mañana, en la que la noche anterior la
habíamos pasado en su casa; mientras Philip tomaba una ducha, decidí ayudarle
haciendo una limpieza general sobre el pequeño departamento donde se hospedaba
mi enamorado. Mientras limpiaba uno de sus muebles el cual tenía hermosos retratos
de él, encontré una especie de cajón con una serie de libros. Leí
minuciosamente los títulos tales como: la mejor manera de decir adiós, el
emperador de los males, eterna felicidad. En ese momento mis ojos se llenaron
de lágrimas, y enrojecidos no querían creer lo que estaba viendo. Me fui
sin hacer mucho ruido para que él no lo notara, dejándole una nota que decía
que no trate de contactarme que sería inútil ya me había hecho mucho daño sin
ni siquiera decir una palabra. En el transcurso que me tomó llegar a mi hogar preguntaba
llena de impotencia; como es que se enteró o con qué clase de psicópata
pervertido estuve tratando. Hasta llegue a pensar en que me tenía lastima de mi. Llegué a mi casa, desconecte el teléfono. Con pasos
débiles y murmurosos subí a mi alcoba y me encerré allí por varios días. Sentía
que el dolor en mi pecho era incesable que todo el mundo se caía a pedazos.
Luego de dos meses sin tener cualquier tipo de contacto más
que con el cajero del mercado que se encontraba a unos metros de mi casa,
recibí una carta. La carta parecía un tanto alegre supuse que provenía de algún
pariente invitándome a alguna de sus estúpidas fiestas de cumpleaños. Entonces
me dispuse a abrirla. Leí con mi mayor atención al saber que se trataba de
Philip. Ésta fue escrita por el mismo; era obvio porque poseía de fondo una
obra del famoso pintor Leonardo, la manera tan festiva en la cual se presentaba
y el aroma que esta traía lo delataban. Era
una invitación, una invitación a su propio funeral. En completo estado de shock
me hice la misma pregunta que se estarán haciendo ustedes. La respuesta quizás
es que él ya sabía la fecha de su muerte.
Quizas aquellos libros eran para mí sino para su propio estado psicologico.
Martin Mendez .