miércoles, 20 de junio de 2012

Enferma necedad


 Enferma necedad

Trato de vivir mi vida como puedo. Cuando el dolor cesa me gusta disfrutar del tango en su mejor versión, el arte en sus mejores retratos y el vino en sus mejores cosechas. Cuando el dolor del pecho no hace tiritar mi sistema nervioso, trato de disfrutar las bellezas que nos otorga este fabuloso mundo. Quizás sea una privilegiada en el arte de disfrutar ya que es lo único que puedo hacer. Lastimosamente debido a la enfermedad terminal que tiene mis días contados. Este cáncer de pulmón que trato de llevar de la mejor manera posible, si se lo puede llamar bueno al conocimiento cuando vas a morir.

Hace seis meses atrás aproximadamente, conocí a un hombre de tez morena, alto con un muy buen físico y muy apuesto. Su nombre era Philip. Al principio era solo un conocido, está claro decir que mi enfermedad me ha marginado un poco de la sociedad. Al pasar el tiempo fuimos conociéndonos y fue la única persona que me hizo sentir una persona común y corriente, como cualquier otra. Luego de una serie de interrogaciones de mi parte y sin desmantelar mi triste verdad comenzamos a salir.

Fueron los mejores tres meses que cualquier romance pudo haberme regalado. Solíamos escuchar tangos juntos, pintar y admirar obras de Picasso, Rafael, Poussin entre otros. Y descubrí en mí, un peculiar gusto por el vino blanco que tenía oculto. Sin dudas, él era el hombre que tanto hubiese querido tener por el resto de mi vida.

Lastimosamente era muy perfecto para ser verdad. El romance llego a su fin de la peor manera. Una mañana, en la que la noche anterior la habíamos pasado en su casa; mientras Philip tomaba una ducha, decidí ayudarle haciendo una limpieza general sobre el pequeño departamento donde se hospedaba mi enamorado. Mientras limpiaba uno de sus muebles el cual tenía hermosos retratos de él, encontré una especie de cajón con una serie de libros. Leí minuciosamente los títulos tales como: la mejor manera de decir adiós, el emperador de los males, eterna felicidad. En ese momento mis ojos se llenaron de lágrimas, y enrojecidos no querían creer lo que estaba viendo. Me fui sin hacer mucho ruido para que él no lo notara, dejándole una nota que decía que no trate de contactarme que sería inútil ya me había hecho mucho daño sin ni siquiera decir una palabra. En el transcurso que me tomó llegar a mi hogar preguntaba llena de impotencia; como es que se enteró o con qué clase de psicópata pervertido estuve tratando. Hasta llegue a pensar en que me tenía lastima de mi. Llegué a mi casa, desconecte el teléfono. Con pasos débiles y murmurosos subí a mi alcoba y me encerré allí por varios días. Sentía que el dolor en mi pecho era incesable que todo el mundo se caía a pedazos.

Luego de dos meses sin tener cualquier tipo de contacto más que con el cajero del mercado que se encontraba a unos metros de mi casa, recibí una carta. La carta parecía un tanto alegre supuse que provenía de algún pariente invitándome a alguna de sus estúpidas fiestas de cumpleaños. Entonces me dispuse a abrirla. Leí con mi mayor atención al saber que se trataba de Philip. Ésta fue escrita por el mismo; era obvio porque poseía de fondo una obra del famoso pintor Leonardo, la manera tan festiva en la cual se presentaba y el aroma que esta traía lo delataban. Era una invitación, una invitación a su propio funeral. En completo estado de shock me hice la misma pregunta que se estarán haciendo ustedes. La respuesta quizás es que él ya sabía la fecha de su muerte.
Quizas aquellos libros eran para mí sino para su propio estado psicologico.


Martin Mendez .

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