miércoles, 15 de mayo de 2013

Perspectiva


Perspectiva


Uno siempre va por la vida esperando el día. Ese día en que un acontecimiento fuera de lo normal nos regale algún episodio o nos ponga en el empinado camino de la vida una persona que descompagine nuestros planes. Que tenga el poder de romper nuestro esquema sacándonos de la estricta y rutinaria vida. Se espera poder conocer a ese alguien el cual cambie tu forma de pensar y te enseñe el mundo de otra manera. Como es el caso de dos personas entre miles, ejemplificando la comprobada teoría que hemos formulado.

Amelia es una mujer común y corriente de unos treinta y tantos que trabaja en una oficina en la ciudad de Nueva York. Él situado en la misma ciudad, con una edad que supera los treinta y cinco se llama Frank. A ella le gusta el ballet y jugar al billar, él es apasionado por el jazz y la música country. Ella se pinta los labios y se calza sus tacones para ver si puede así llamar la atención de algún hombre quien pueda darle lo que ella tanto quiere, alguien que la cuide y la acompañe. Él se afeita su barbilla y se perfuma pensando que quizás así pueda atraer alguna de las bellas mujeres que se ven con frecuencia por la calle y los lugares que transita. Los dos a su manera y casi inconscientemente van por la vida con la esperanza de poder relacionarse con esa persona que tanto esperan. Lo que menos imaginan es que no solo es cuestión del destino sino también obra de ellos mismos. Por más que esa persona este frente a sus ojos, tienen que ser ellos los que decidan ejercer la fuerza para poder interactuar y por consecuente entablar una tibia conversación, que bien encaminada puede llevar a la relación.
Fue así como luego de sus actividades laborales los dos iban camino a sus respectivas casas. La bella Amelia volvía en su Fiat cupé que su padre le había regalado, Frank de un nivel económico un tanto más escaso optó por el transporte público. Fue alrededor de las seis de la tarde cuando sus vidas se cruzarían por primera vez. En la esquina de la calle Wrokhood bajó el galán con su piloto para no arruinar el elegante traje de paño que llevaba y esperó a que el semáforo se pusiera en rojo para poder cruzar. En esas inexplicables coincidencias de la vida la soltera dama fue interrumpida por la luz roja del semáforo que habilitaba el paso peatonal. Los dos largaron un profundo suspiro con sabor a soledad y que expresaba esa necesidad de compañía. Fue en ese momento que él pasó por enfrente de su auto. Frank divisó unos grandes ojos marrones tras un parabrisas que era violentamente golpeado por la lluvia. Amelia divisó un apuesto muchacho de fríos ojos azules con un piloto bajo la intensa lluvia. Los dos se miraron, con la última pizca de esperanza, y luego de varios segundos, siguieron sus caminos, echándose así a perder esa maravillosa perspectiva que tenían uno sobre el otro.

                              Martin Mendez

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